martes, 25 de enero de 2011

Conejos a juego con lofs minimalistas.

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Me dio pena recordar que, a veces, las personas, como yo, recurrimos a pensar que todo lo vivido en un pasado, perdura en un presente y perdurará en un futuro, sin tener intención alguna de abrir los ojos y darnos cuenta de lo que realmente tenemos ante nosotros. Nos negamos a reconocer que hay cosas que irremediablemente cambian, que hay otras que se terminan, tal cual, sin ningún tipo de explicación, que lo que un día fue imprescindible en nuestras vidas, ha desaparecido, se ha desvanecido para siempre. Nos ceñimos a pensar que somos incapaces de acostumbrarnos a eso, y creamos un mundo paralelo a la realidad en el que todo funciona o ha de funcionar como nosotros esperamos, en el cual todo es como nosotros queramos que sea. Nos negamos a despertar y asumir como realmente son las cosas, a decidir poner punto y final a un capítulo de nuestra vida, y comenzar nueva página, a dejar de pretender vivir constantemente en un pasado y atrevernos a abrir nuevas puertas. Inconscientemente, suprimimos todas las oportunidades de cambio que se nos presentan, estoy seguro de que infravaloramos incontables situaciones y dejamos pasar de largo a infinitas personas que nos podrían proporcionar justo lo que necesitamos… Nos convencemos de que si hemos llegado a experimentar en algún momento lo que es tener absolutamente todo lo que se quiere, no importa el tiempo que haya pasado desde entonces, que puede seguir siendo así, que por mil percances que hayan habido de por medio, nada ha cambiado. Suponemos que si nos convencemos de que algo es de cierta manera, el resto del mundo también lo ve de ese modo. Nos da miedo ponerle fin a algo que creemos que nos ha aportado todo lo que hemos necesitado, por pánico a anular la opción de presionar el botón de «retroceder» en la historia de nuestra vida, o simplemente por creer que no vamos a volver a encontrar jamás algo igual.

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